Implicaciones del libre comercio entre Mercosur y la UE

Europa regula, LATAM produce. Con el Mercosur–UE en la mesa, la papa industrial enfrenta su mayor prueba: competir cumpliendo nuevas reglas.

Europa regula, LATAM produce. Con el Mercosur–UE en la mesa, la papa industrial enfrenta su mayor prueba: competir cumpliendo nuevas reglas.

oktober 23, 2025

Durante más de dos décadas, el acuerdo comercial entre el Mercosur y la Unión Europea ha sido un fantasma que aparece, desaparece y vuelve a rondar. Promete oportunidades históricas para la agroindustria, pero también temores fundados entre productores que saben que abrir mercados no siempre significa ganar. En el caso de la papa y sus derivados -como las papas fritas congeladas-, la discusión se vuelve especialmente interesante, porque lo que está en juego no es solo quién vende más, sino bajo qué reglas.

Hace apenas diez años, el 66% de las papas fritas consumidas en América Latina eran importadas de Europa; el 34% restante provenía de fábricas locales. Hoy la relación se invirtió: el 66% se produce en la región y solo un tercio llega de ultramar. Es un cambio estructural que refleja inversiones, desarrollo industrial y una nueva confianza en la capacidad productiva latinoamericana.

El ascenso de fábricas en Brasil, México, Argentina, Colombia y Chile, junto con la entrada de gigantes como Lamb Weston, Simplot y McCain, ha transformado el panorama. América Latina ya no es solo un mercado: es un polo de producción que alimenta su propio consumo y exporta a vecinos.

En ese contexto, el acuerdo Mercosur-UE llega con doble filo. Por un lado, promete menores aranceles y acceso preferencial a un mercado europeo de casi 450 millones de consumidores, que demanda productos agroalimentarios de calidad. Pero, por otro, podría imponer condiciones ambientales y sanitarias que resulten imposibles de cumplir para buena parte de los productores del sur.

Europa regula, el resto se adapta

La Unión Europea se ha convertido en el epicentro de la política ambiental y sanitaria mundial. Sus nuevas regulaciones sobre agroquímicos, huella de carbono, bienestar animal y trazabilidad digital son elogiadas por la opinión pública… pero temidas por los agricultores. Productores argentinos y brasileños miran con desconfianza la posibilidad de que el acuerdo obligue a cumplir con estándares europeos sin acceso a los mismos insumos ni subsidios.

A su vez, dentro del propio continente europeo, crece la rebelión agrícola. Los productores de papa en España, Italia o Francia denuncian desde hace años que compiten en desventaja frente a papas importadas del norte de África - de países como Egipto o Marruecos, que llegan con menores costos laborales y sin las mismas exigencias ambientales. Si a eso se suman las importaciones desde Sudamérica con aranceles reducidos, el descontento rural europeo podría escalar todavía más.

El problema es claro: Europa impone regulaciones internas que elevan los costos de sus productores, pero simultáneamente abre sus fronteras a papas que no cumplen con esas reglas. Es un equilibrio frágil que podría estallar con el acuerdo Mercosur-UE.

Para el Mercosur, una oportunidad condicionada

Desde la mirada del sur, el acuerdo representa una puerta estratégica. Brasil y Argentina concentran casi 150.000 hectáreas de papa y un mercado de más de 250 millones de consumidores. Sumando a Uruguay y Paraguay, el Mercosur constituye uno de los polos agrícolas más importantes del hemisferio sur.

El acceso preferencial a Europa podría potenciar la exportación de papa industrial, fécula, almidones y hasta genética (semilla), especialmente si se logra posicionar a la región como un proveedor con trazabilidad, sustentabilidad y bajo costo energético. Pero también implica aceptar las reglas de Bruselas: restricciones en agroquímicos, certificaciones ambientales, límites en emisiones y residuos, y controles que requieren inversión y burocracia.

Los industriales lo saben: las plantas más modernas, como la de Lamb Weston en Mar del Plata, o las nuevas líneas de Simplot y McCain en Brasil, ya nacen adaptadas a ese paradigma de sostenibilidad. Sin embargo, para el productor medio cumplir con los protocolos europeos puede ser prohibitivo.

Europa pierde peso, pero marca la pauta

La paradoja es que, aunque la influencia comercial europea en América Latina ha caído, su poder normativo sigue intacto. Europa ya no vende tanto, pero define cómo se produce.

Y mientras los europeos discuten entre sí por las importaciones africanas, América Latina se consolida como el nuevo epicentro del crecimiento. Es probable que en los próximos cinco años el continente alcance el 80% de autosuficiencia en papas procesadas.

Un acuerdo que exige madurez

La pregunta no es si el acuerdo Mercosur-UE traerá oportunidades, sino para quién. Los países con mayor infraestructura industrial —Brasil y Argentina, sobre todo - podrían beneficiarse si logran certificar sus procesos y aprovechar los bajos costos de producción. Pero los productores más pequeños podrían quedar atrapados entre dos mundos: demasiado caros para competir con África, demasiado "sucios" para entrar a Europa.

A diferencia de los años noventa, hoy el desafío no es abrir mercados, sino definir bajo qué valores queremos comerciar. Si América Latina logra imponer una narrativa propia - de sustentabilidad adaptada a su realidad, no impuesta desde Bruselas - el acuerdo puede ser una palanca de desarrollo. De lo contrario, corre el riesgo de ser un espejo deformado donde la papa del sur solo vale si se parece a la del norte.

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