Washington combina regulaciones, diplomacia y finanzas para influir en toda la cadena de la papa en las Américas, desde la genética de la semilla hasta el producto congelado.
La papa como herramienta en la política internacional de Estados Unidos

Pocas veces se piensa en Washington cuando se habla de papas. Pero la realidad es que buena parte de lo que ocurre en el campo —desde el precio del fertilizante hasta la genética de una semilla - está condicionado, directa o indirectamente, por las decisiones que se toman en la capital estadounidense. Estados Unidos no solo es un productor gigante: es un regulador de facto del comercio global, un exportador de normas, subsidios y diplomacia agrícola.
El país cuenta con una estructura de apoyo estatal que le da a sus productores una ventaja casi estructural: créditos blandos, seguros agrícolas con respaldo federal, subsidios energéticos y una red de comercialización que va desde Idaho hasta el Medio Oriente. Pero lo que realmente vuelve el panorama complejo es cómo Washington combina esa fuerza económica con la diplomacia, las barreras sanitarias y las alianzas estratégicas.
La nueva cercanía entre Trump y Milei
Un hecho reciente lo ejemplifica con crudeza: Estados Unidos compró pesos argentinos y acordó un intercambio de divisas por 20.000 millones de USD para estabilizar el mercado financiero argentino, justo antes de las legislativas.
Ese respaldo explícito muestra dos cosas: primero, el rol geopolítico que EE. UU. asigna a Argentina en su esfera latinoamericana; y segundo, el poder de intervenir directamente en las finanzas de un país aliado para preservar estabilidad en momentos clave.
Esa cercanía entre Trump y Milei no es simbólica: es operativa. La compra de pesos fue una señal clara, un gesto de apoyo sustancial que va más allá de las palabras.
La diplomacia agrícola como herramienta de poder
Washington maneja su política exterior agrícola con un bisturí geopolítico. Su relación con Canadá y México, los vecinos inmediatos, lo demuestra. Ambos países integran el T-MEC (USMCA), un tratado que profundizó la integración agroindustrial de América del Norte, pero no sin tensiones.
Con Canadá, el recuerdo sigue fresco: en 2021, Estados Unidos suspendió las exportaciones de papa fresca desde la Isla del Príncipe Eduardo por presuntas razones fitosanitarias —la detección de un hongo del suelo—, afectando gravemente a los productores locales y desatando acusaciones de proteccionismo encubierto. La disputa se resolvió meses después, pero dejó en evidencia que los argumentos "técnicos" suelen servir de excusa para decisiones políticas o comerciales.
Con México, la historia es aún más compleja. Durante años, Washington presionó para que se abriera la frontera al ingreso de papas frescas estadounidenses más allá de la franja de 26 kilómetros, algo que recién se logró en 2022 después de una larga batalla judicial. Hoy, la frontera está abierta, pero con controles cruzados, disputas por calidad y una guerra fría comercial que nunca termina de apagarse.
Esos conflictos entre socios muestran una constante: cuando se trata de papas, Estados Unidos no deja nada librado al azar. Cada movimiento, cada restricción, cada norma sanitaria es parte de una estrategia que busca garantizar el dominio sobre toda la cadena de valor, desde la semilla hasta el freezer del supermercado.
Brasil y el delicado equilibrio del poder regional
En este sentido, el caso de Brasil es difícil de ignorar. Allí, Trump ha impuesto aranceles punitivos del 50% sobre productos brasileños bajo argumentos comerciales y políticos. Pero a pesar de ese enfrentamiento abierto, recientemente Lula y Trump dialogaron. Uno abrió el canal telefónico, intercambiaron propuestas y dejaron la puerta abierta al deshielo en una eventual cumbre. Brasil, más allá de su enojo, sigue siendo un gigante en ascenso, uno de los pilares emergentes del mapa mundial. Su alineación con los BRICS no es anecdótica: sirve como contrapeso frente a las políticas estadounidenses, y Trump lo sabe.
Argentina, la pieza estratégica del sur
En ese tablero global, América Latina - y especialmente Argentina - aparece como una pieza a observar. El crecimiento del consumo regional de papas fritas es el más rápido del mundo en la región, incluso por encima de Asia, y los grandes jugadores lo saben. No es casual que Lamb Weston haya decidido instalar en Mar del Plata su nueva planta. La empresa no solo vio una oportunidad logística: vio estabilidad institucional en la cadena agroindustrial argentina, talento técnico y una ubicación privilegiada para abastecer el mercado latinoamericano sin depender de las rutas comerciales norteamericanas.
Mientras tanto, el norte del continente se consolida como productor de volumen y norma; el sur, como proveedor de calidad y oportunidad. Pero las políticas de Washington siguen marcando el ritmo. El regreso de Trump reconfigura las alianzas: una relación cercana con Milei podría abrir canales comerciales más fluidos con Argentina, aunque quizás en condiciones asimétricas; mientras que su antagonismo con Lula podría endurecer el comercio con Brasil, afectando el equilibrio dentro del Mercosur.
Un tablero que se mueve rápido
El desafío es claro: si Latinoamérica no fortalece su cooperación interna, los países quedarán negociando individualmente con potencias que saben jugar en bloque. Estados Unidos lo hace con Canadá y México; Europa con sus tratados y estándares verdes; China con su red de créditos e infraestructura.
Si el sur quiere ganar autonomía, deberá pensarse como bloque: integrando cadenas, coordinando políticas fitosanitarias, desarrollando su propia industria de procesamiento y apostando por una marca regional de valor agregado. Porque mientras Washington define las reglas del juego, los productores del hemisferio sur siguen siendo, en muchos casos, simples jugadores.




